Tengo envidia del poeta que muerde la
carne,
del que se sacia con sus versos
infinitamente inacabados,
del que con su idioma más conciso y su
saber estar y su saber llegar
puede adormecer al verbo que jamás se
ha escrito.
Envidio a la palabra más humana,
a la que dice si o a la que dice no,
a la que cuenta cuentos con sinceridad
y sin alarma,
sin psicología inversa y sin un eje
transversal que la disperse.
Negocio con el tiempo y el silencio mas
mundano,
breve y concisa, para que escriba cada
nombre que no advierto,
porque a veces muda, a veces sorda,
no consigo comprender al mundo en que
vivimos.
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