Los golpes sobre la mesa nunca se me han dado demasiado bien,
soy una marea lenta y prolongada en esta longitud de brazo,
subo y me derramo, impacto sobre el malecón de los intrusos
con una contundencia de relámpago y el estrepito audaz de algún silencio roto.
Quiero provocar con la insolencia de este miembro convertido en puño
con la mirada angelical del que no rompe lozas
y aparecer con la camisa desgarrada por el sobresalto
de algún ruido inesperado a impulso de latido y trueno
demostrando a nadie que con palabras pueriles se vegeta,
con las inexistentes se acontecen los futuros
y que de miles de intenciones no se mata.
El disimulo o la afonía imaginaria es el crepúsculo de las tareas fatuas.