Sus miradas de semilla guardan lo más íntimo de quien fue niño,
unos labios que en su ingenuidad arrancan un amanecer de las conquistas,
no hay nada que alcance un resplandor tan límpido,
sus tierras prolíficas se abonan con mendrugos de cielo.
Abogo a sus derechos de pequeños grandes sabios que se afianzan,
siempre están y nunca esperan, tienen demasiada prisa por crecer,
buscan un rol de lo que se alienta en los rincones,
sentimiento a piel de flor nunca dormida.
Estos son sus días y sus noches,
las hago mías, las hacemos nuestras,
porque en su filantropía, nos dejan,
lo necesitamos y ellos nunca pecan de ignorancia.