La añeja quietud no era mas que una gata senil
que arañaba los rincones para saberse felina.
Sus intuiciones la evidenciaban
y sus actos la consumían,
pensaba demasiado y cazaba pocos ratones.
Soñadora y paseante de tórtolas
se fue reconciliando en ser escaldo de guijarros,
sopa de pobres y lengua áspera
para lamerse sus no heridas y afilarse los bigotes.