miércoles, 12 de enero de 2011

Hoy me despierto en esta soledad de no estar nunca sola, vestigio de sus yemas que están licuadas en mis manos y se perpetuán en el arrecife de un adiós mutilado.

Volvernos grillos,
sabernos sabios de nosotros e ignorantes,
hacer acordes en la extremidad oscura
de una noche sin orquesta.
Jamás la nada y el todo
tendrán razón de ser
sin comulgar silentemente
en este conclave de apéndices
que se hace llanto
en la longevidad del viento.