Estoy de vuelta al vaho de las ollas
bisbisando aliento en mi faz,
cada mínima expresión se torna una papiroflexia,
un museo de pequeñas formas y terrones
que aderezan mis conductas cognitivas.
Me cuido de las quemaduras y me aceito las manos,
poco más que menos, despacio, mascullando los tempos,
y he aprendido que el silencio no me gusta,
de hecho, no me sirve,
aunque sea un grillo, yo lo escucho,
aunque sea el primigenio instinto curioso.
Quiero rebañar con mis nudillos las cadencias mudas,
relamerme sin pensar en protocolos
y así llego al punto de carencia, el clímax.
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