Un rasguño en esta proterva afonía
desgaja el corazón para esgrimirlo dulce,
una repostería de paladar sibarita
envuelta en papel de sebo
y que se sirve de postre
embebido en su propio jugo y riego.
Y de los labios fluyen ambrosías
al languidecer los gajos en la lengua
y las fauces hambrunas asoman
como infectas plagas que persiguen
a la boca que se afana relamiendo
y que se inyecta entre su flujo intestinal.
Ya solo queda la nada
y una emanación de vida,
el plato palpita empatía,
rezuma el rastro,
mientras un gato
hurta el papel irrigado.
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