sábado, 5 de septiembre de 2015

Mafalda se pierde en la casa de Alicia,
y concluye que la maravilla no es belleza.
Estupefacta en su revelación,
abandona los hidratos y el azúcar,
acelera su pulso a conciencia
para evitar esos desmayos de inconsciencia
que la celan de infortunios.
Descoyunturada por la inercia de los cuentos
se abre paso y surca las palabras,
despedazando su recelo,
avanzando por las puertas épicas que menguan
un sin final premeditado.
Esta curiosidad felina que acuño en mi memoria desteñida,
reconcome la inquietud de mi ignorancia hambrienta;
y aún en esta senectud se manifiesta erecta y sin complejos,
más sabia, más tonta, más exigente y  si cabe más absurda.

Es una pena invasiva y complaciente que derrama las simientes
y augura el segundo tras segundo con sigilo.
Me despierta la prisa  del amanecer y su locura
para preguntarme a mí ¿Por donde empiezo?
sin pensar en un final posible.

Lluevo y me decanto,  arrastrando doctrinas  a lo largo del camino,
una presunta vía de inconsciencia que me da el vigor que necesito
y un nimio avance al episodio que no existe.


¿Dónde estará aquí el mar? para llegar evaporada y zozobrar.