
Dormirme en el lienzo más pulcro
y dejar que los maestros conjeturen de su trazo,
expulsando el tamo bruñido en almirez.
Susurra su hueste céfiro a piel y espalda
hendiendo estelas de grafito como lanzas,
neófitos en el esbozo del placer.
Rasgan el pulso del pálpito a destiempo,
Cronos se aminora y se bautiza en celos,
el beodo es la vereda de su cáliz.
Y la dermis se contrae en disciplina
entre la apaciguada silueta de milicias
y un tamiz de madrugada anochecida.
Ser párpado de pergamino en la pupila despierta
me restaura en nigromancia de quimeras,
filantrópica almohada de mis versos.