Algunas veces frecuentaba las distancias
con sus dedos pulgares,
el mundo en sus manos de pañuelo y de cristal,
de un soplo sus labios truncaban la realidad pautada con sus linos
y guardaba en las mangas faralaes, pedacitos de irrealidad.
En cada paseo de miniaturas,
sus ojos adquirían una nueva ráfaga de girasoles,
se ataviaba de ilusionista aprisionada por sus dotes
y preparaba sus párpados de crisálida
para el opiáceo de su puesta de largo.