Cuando las mariposas blancas
decidieron convertirse en abanicos de mi rostro,
se desmayó la luna avergonzada y confusa
bajo la desatención de sus alas,
ruborizó a las nubes y desató torbellinos de polvo,
una singular manera de extender su disgregada luz
y curiosear por mis impulsos redivivos,
me iluminó la vida y el fallecimiento,
me golpeó en la sien con dádiva y certeza
al hacerme la albacea de su acaso
y enardecí mi espalda con anillos y grabados
para sentirme aquilatada y vulnerable,
eternamente embelesada y declamando el aire
entre los dientes y los extraños momentos de maña.
decidieron convertirse en abanicos de mi rostro,
se desmayó la luna avergonzada y confusa
bajo la desatención de sus alas,
ruborizó a las nubes y desató torbellinos de polvo,
una singular manera de extender su disgregada luz
y curiosear por mis impulsos redivivos,
me iluminó la vida y el fallecimiento,
me golpeó en la sien con dádiva y certeza
al hacerme la albacea de su acaso
y enardecí mi espalda con anillos y grabados
para sentirme aquilatada y vulnerable,
eternamente embelesada y declamando el aire
entre los dientes y los extraños momentos de maña.