Detrás de mí estoy yo,
respondo de mi extenso elenco de defectos
y puedo presumir de un largo etcétera
que abraza mi pequeño prisma.
Detrás de mí, siempre estoy yo,
me reconozco en el espejo de tu gesto
y a duras penas
puedo levantar un hilo de mi inabordable palabra.
Esta afonía no es innata ni es ambigua,
las ambigüedades sobrepasan cualquier intención
y dejan al desnudo su ponencia.