sábado, 28 de mayo de 2011

VIERNES 27 CAPITULAR

Mi vida, empezó en un cambio de sentido,
un silencio trazaba tu perfil con la estación  de fondo
en ese clandestino elenco que sería partener de tantas noches;
nuestros nombres, en el anonimato de los versos
fruncían sus temores junto al hierro,
yo desde mi neto  y tú desde el andén del miedo.

Mi cuello se mostraba dócil con tus letras, con mis prisas,
se escanciaba el aire en el vaivén de tus momentos,
otro mundo ajeno,  pero próximo a mis sueños;
no sentía que mis manos cercenadas
eran aquel miembro mutilado que sentía,
que adulaba mis encantos como nunca quiso hacerlo
y cortejaba cada asomo a tus retinas
 para contemplar veredas,
madrugadas sin el tiento a las agujas.

Y el mundo se hacía más pequeño,
podía ver el vaho en el cristal de nuestro anhelo,
cauto e impulsivo por naturaleza y duende,
casto y alegórico
por desempeño del dolor y el no saber.

En el renglón de nuestro tiempo,
todo eran instantes, únicos e intransferibles,
sin miras hacia el suelo más lejano.

Sobrevivir a lo que parecía naufragado
era una locura sin ilustraciones,
con un pasado pasado y un presente atomizado,
desasosiego por el saldo de entender lo  arduo;
y desde el dintel de la distancia,
 se oía el murmullo de los trenes
tus trenes, las calandrias
y los besos anidando
en cada nube de vapor imaginario,
piel de nube engalanada de tormenta
para recibir los besos,
para dominar la espera
en el acorde de un lugar sin firmamento.

Los inviernos, pusieron hielo a los raíles,
hicieron del verano bendición para las manos,
bautizaron al lugar sin lengua,
y ajusticiaron los albores.