El vestigio desconsuelo se agitaba
como un desamparo hiriente,
con tegumento de surcos
en las arenas naufragio,
tierra prometida de alacranes.
Acariciando de expiración en su arrojo,
germinaba el nacimiento púrpura,
tocaya de las desgracias ajenas.
Y feliz con su quehacer, su cometido,
hilarante en el reproche alegórico
arrastraba los abalorios de cuentas,
no de perlas, de pupilas dilatadas,
disección de algún trofeo,
así le gustaba expresarse ante la lente,
la del metafísico y abstracto,
sin abstenerse en modales
ni en sus formas, cada vez más devastadas,
malgastando la sensualidad de siglos
concertando citas taciturnas
sin piedad y sin contraste,
alternando en desnudez
en antros de bohemios absentados,
posando para algún artista,
dadivosa de su sombra.
Miserable en devaneos
concedía la licencia de llamarse sino
y sentirse prostituta de la mancebía
más ambigua del confinamiento pío.
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