La palabra que me nombra
no es mi sombra,
es mi paladar y lengua,
mis papilas gustativas,
una exquisitez
sin precedentes.
La palabra que me asombra
es privilegio.
La palabra que dimite
de mis labios
es sabia.
La palabra que se atasca
introvertida
siempre tiene lugar
y un aposento,
tiene tiempo.
La palabra lindante
a la palabra en mi clausura
puede ser belleza
o puede ser
un esperpento.
La palabra no es palabra
por nombrarse,
la palabra tiene familia
y estirpe,
tiene casta.
La palabra no apelada
es a veces más palabra,
por sentirse
y no apuntarse,
que por venderse
y viciarse
a unos labios tramoyistas.
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