El hábito que enluzco
profesa en esta mácula que exige un precio,
se declama incorruptiblemente
en los apéndices partidos.
El eterno “yo” del sin y con las prisas,
una confesión interminable urdida con perfumes
sobre un cendal de hilo que ahora esconde un rostro
y desempeña la perplejidad de un gesto en el sudario,
el rostro subrepticio de los días.
profesa en esta mácula que exige un precio,
se declama incorruptiblemente
en los apéndices partidos.
El eterno “yo” del sin y con las prisas,
una confesión interminable urdida con perfumes
sobre un cendal de hilo que ahora esconde un rostro
y desempeña la perplejidad de un gesto en el sudario,
el rostro subrepticio de los días.
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