Anduve un tiempo rumiando hierbas
drenando arena y escondiendo alguna piedra.
Tamizaban en mis manos los guijarros
Y una lluvia de luz ultravioleta traspasaba escarpia,
encendía la hojarasca entre mis pies de arcilla
y la ceniza se volatizaba y yo no lograba advertirla,
la respiraba, la respiraba en el hipar de los temores,
o temblores, ¿Timorata, tartamuda?
¡Que se yo de anatomía niña!
¿Que sabré yo?
De las palabras y la preñez de los textos
me importan tres sarpullidos de viento
y cuatro gárgaras de piélago,
si al final,
dos mas dos nunca fueron cuatro,
y de osadía ni cinco.
Los versos de cabaret
muestran su tournée de variedades
cíclicas y casposas,
renacimiento de la facultad de ser tan objetivos
que los ombligos han perdido su propia identidad.
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