Me descarto de los reyes y las damas,
alterno sonámbula
en mancebías para poetas malditos,
por fruición
en pervertirme de la nostalgia corrupta
y de las elásticas palabras
que valen su peso en tendón.
Una mesa, cuatro sillas, ocho sombras,
una copa desgastada, esmerilada, truncada,
reminiscencia de los labios aprendidos
de miserias y tuberculosis.
Beneplácito desencajado de maxilares
en hablar el lenguaje de los locos
y los signos de los sabios y la savia.
Mientras, soborno a mi lengua
con prótesis de relicario,
un detalle corolario
de la ambigüedad latente
en mi escritura,
una demencia incorrupta
que prescribiré a mis semejantes.
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