Células dispuestas y arrecidas
en el disimulo de las paredes
y el acogedor silencio de las palabras
que se negaban a beber del aire,
llamaradas no natas, sin oxígeno,
cavidades ahondando una argucia
para inhumarle la memoria.
El respirar de sus vísceras alarmaba a su sesera
figuradamente cuerda,
quizá el fruto del ácido emergente en sus tercianas
lo transformaba por descompresión .
La oscura versión del ser humano
que le prestó su nombre
era un percutor de roca laxa,
el doble para sus escenas de peligro,
una cortina almidonada bicolor.
Le estremecía el entretiempo
y ver como los pámpanos desfallecían,
hilvanadas de hojarasca, pasto de la solitaria,
cada lóbulo un recuerdo.
¡Ni tan siquiera un rencor que reprocharle!
Un insulto, un porqué, una razón,
talón rubricado y sin fondos
para comprar un fruto sin larva,
el vínculo perpetuo,
un hasta nunca precoz.
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