sábado, 29 de diciembre de 2012


Tengo envidia del poeta que muerde la carne,
del que se sacia con sus versos infinitamente inacabados,
del que con su idioma más conciso y su saber estar y su saber llegar
puede adormecer al verbo que jamás se ha escrito.

Envidio a la palabra más humana,
a la que dice si o a la que dice no,
a la que cuenta cuentos con sinceridad y sin alarma,
sin psicología inversa y sin un eje transversal que la disperse.

Negocio con el tiempo y el silencio mas mundano,
breve y concisa, para que escriba cada nombre que no advierto,
porque a veces muda, a veces sorda,
no consigo comprender al mundo en que vivimos.

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