Se cierne el curso de los ríos que arrastraban lunas,
las dos caras de un instinto.
No fue sueño,
ya no sueño ni soñada,
solo los párpados y las pestañas
mecen las frazadas inscritas en mi piel.
Este corazón ya no es mórbido,
lo atestiguo con el pulgar ensangrentado
pintando cruces en este seno insondable,
una diálisis coronaria
manifiesta su brillante arritmia,
se han oxigenado las arterias
y el vetusto anuario ya no sale ni a su encuentro,
sufro felizmente dulce amnesia,
no recuerdo,
¿Será eso, aquello,
que no sabe de finales ni de fechas?
Solo entiendo dos palabras que no significan nada,
pero puestas en mis labios y en los tuyos,
muerden el jadeo del suspiro,
lo desgarran, lo transmutan egoísta
y descubren ciegos lo que se presumía fosco,
el vértigo que no se alcanza con dos ojos.
Y me pregunto
¿Cuántas odas encierran cinco letras?
A veces elegías,
necesarias para conllevar fragmentos de pupilas,
incuestionablemente creo que el aforo es sempiterno,
quiero que así sea, porque el eco superará lo inerte,
acústico silencio que reverbera entre los siglos
y se hace mella en estas manos tornadizas
que no quisieron ser de arena cuando descubrieron el desierto,
botánicas extremidades para un día orgánico en noviembre.
Llueven besos lenitivos con efigies,
una dama verde y una estrella.
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