zurcía las exaltaciones enhebrando corazón a corazón,su maestría, un desencuentro que podía vislumbrarse en su pericia.
La sangre era un gotero de racimos, coagulaba en su chistera deslucida,una dama en desconcierto en el tañido palpitante de su empresa.
No cedía ni a un lamento, ni al suplicio que plañía el fiel ocaso,sus ojos, se inyectaban en borrasca, brindaba alternativa de medirse en contención.
Jugoso extracto el del rubor de la ambrosía, que cada senda parió a dar un infortunio, por la miseria permisiva de un sustrato.
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