martes, 26 de octubre de 2010

Martes 26 XVIII DE XXII

Bajo la piel todo era agua cristalina
delicadamente envolviendo en celofanes rasgos de algún siseo,
de un bisbiso suave aproximándose a la efímera apariencia,
susurraban las olas en la orilla de aquel cerviz acariciando el lamento
y el mineral salino se servía en tazas de cristal tallado.


Tras el vaho incombustible de los ventanales
un viento de señales se estrellaba
y la imagen difusa se desvanecía sin sus labios,
sin sus manos, furtiva en el poso de sus retinas
que aún irradiaban el último beso.

Sabían desiguales los aromas en su lengua,
se impregnaban de redivivo deseo,
en aquel propio devenir
que no era más que el verso quebrado
pronunciándose como un rumor jamás escrito.

Y alcancé del limbo con la yema
límenes de acervos,
seniles maravillas que pintaba en servilletas,
servilletas de aguatinta, aguafuertes de hoy silencio,
¡Aire, hálito, poniente, espiración, avienta…!

Hay otoños que se ciñen desde la garganta,
que deshojan el pesar y cada meandro del cauce,
nada impresionables, impresionistas en crear, y sin embargo,
una necesidad vital y vitalicia
enviciada en sucederse en cada huella.

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