Se disciernen silbos en las catenarias
y me lleva presa un caminante espiritoso en las audacias.
Las noches son aquel desván que almacenaba cajas
y en cada una de ellas guardábamos retales,
instantáneas de un pasado y un futuro,
teníamos nuestro pequeño inmenso mundo
en la vehemencia que desprenden los cuerpos al amarse,
el del melífico tacto en el culto suceder de un cuello
entregado a una muerte segura,
místico pasadizo para llegar al cruce de sentidos.
Y nos devoramos sin plurales,
singular manera de ocultar lo inocultable,
las manos de agua, seno de las orquídeas
y la fauna de un lugar sin lecho.
Aquí no acometen las auras, no hay cielo,
solo una azotea que se piensa seráfica,
el umbral a este ostracismo que me embebe
y yo suspiro, para que mi espectro
tome mi relevo como errante por tus nimbos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario