Las manos dejaron de ser
extremidades anarquistas,
entre las pieles imantadas
de un día sin nombre,
de un tiempo a destiempo,
de un fugaz albor invertebrado y sin espina.
El eco metalizado de los aullidos
se apadrinaba en un lugar
de algún lugar también sin nombre,
el ingrediente primogénito de los sentidos
y ¿Porqué no sinsentidos?
del develar de las fruiciones.
Sin conocer ni voz ni pausa
los devaneos de marea baja
eran un rocío peregrino,
moléculas anegadas en el salto
de una columna enervada
de un devenir de regresos.
Y se dieron las templanzas
en el cauce,
los retornos de afluentes concurridos
en la fiel laguna o piel esfera,
consecuencia,
de una entrega de tinturas.
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