Hoy eché de menos un manojo de requiebros,
en el desamparo de una taciturna cripta,
un sagrario en piedra y ecos,
un mirar al frente y ver un par de ojos,
par de manos, par de versos, par de cejas,
par de pares tras las manos óseas
de un bosquejo de adosado
de cuatro pasos cuadrados,
un epígrafe sin epitafio ni poema,
murmullos del viento
y de los ojos félidos errantes
entre el albañil más montaraz
y el pintor más desabrido
vestido con gestualidad de muerte
con tizas de color disperso de mortaja
presumiendo alegorías,
quizá las de mi cabeza en salazón
en el atisbo errático
recorriendo las angostas calles
de una villa de primera clase
ni tan siquiera de sombra.
Recítame a la hora del olvido,
aquí me espero con la llave entre mis labios
que reiteran algo que encontré en el aire,
con sabor a añejo y con olor a umbral.
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