con un clavel en mi vanidosa solapa
el rocío embebe lóbulos rojizos
para postularse como un cirio o una imagen,
no me importa que se postre en este ombligo
que no deja espacio para suponer,
la decadencia de las murallas y las ruinas
son la reliquia del milenio,
y requiere de milicias de beatas y ceras
para alimentar su paladar bulímico
de oxígeno y anhídrido,
regurgitante indecoroso en sus tareas.
Y una procesión silente se envía mensajes,
se convoca, se vence y se lanza
con la prudencia in contenida,
del amasijo de extremidades plañideras
que se erigen en la bilis de un estómago
que tiene de verde lo que tiene
y arroja pensamientos entre ondanadas de ondas,
si, como David, contra el corazón
que se levanta con el puño a media hasta,
un derecho de pernada a cambio de cuatro paredes.
Pero hay una luz en otra arista
que se escribe con tintero
y mano de obra barata,
un remedio, un cenicero
y las tasas del tabaco, que sigue subiendo.
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