Los días de crisoles vacuos
se calaron de turbiones provenzales,
catártica el agua que los nutre
y los dispersa en su sazón volátil,
dispuesta para su inhalación,
expuesta a su regreso al líquido esqueleto.
Un paseo por las nubes del si quiero,
de las manos sin reservas,
de los ojos que aún no viendo se contemplan,
se conquistan al enigma de las letras.
Porque necesitan esta oscuridad a medias,
este albo que se filtra tras el lecho,
abducido por la luz de la ventana,
la que recoge ya de par en par la brisa
y me lleva de la mano al cielo.
Es la que me dicta mi cadencia,
la misma que consagro en el rocío
dejando que fluya la disolución
entre mis labios, mi lengua y mi pecho.
Una avidez por dejar la piel,
de ser molécula del elemento
que me consigna como mortal
con inquietudes sosegadas
por la concesión del tiempo.
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