Las celosías de hierro colado
florecían como madreselva inquieta,
trascendente, enamorada
de los tridentes siameses,
las bisagras de la verja abierta
se ostentaban a veces mudas
y en otras, un maliciar con el viento.
Existían bajo lacra de patrañas,
para masturbar la soledad
de un caserón arrullado
por la mala hierba inerte.
Los cristales tiznados de tamo
se velaban bajo un secreto embebido
en un germen de agüeros.
El ángel de jaspe
lloraba los siglos de piedra en el jardín,
con un tul de jazmín encarnado,
estigma de sus pies descalzos,
Serafín tuerto y extraviando miradas furtivas
del panteón de musgo y muscínea,
implosionando sus labios labrados.
Y esos besos adeudados,
sin embargo no los pretendía,
si, entré por la puerta inexistente
y resultó ser un cola de angostura
que me llevaba al tártaro de mis quimeras
y hoy la comparto desdoblada,
entre mis inventarios y algún libro añejo.
IMAGEN: UNA HISTORIA POR_ISABEL PÉREZ DEL PULGAR
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