Resonancia pertinaz, una mirilla, una puerta,
un rostro con alma sin zapatos,
unos cuentos y unos pómulos de hueso,
le acaricio la esencia,
me lanza atisbos madreperla,
siento que su voz es un candil lejano,
una charca estanca en sus pupilas
que lucha por ser corriente,
cualquiera puede verse en el reflejo
de un acecho, un primer mundo tuerto,
y que poco me sabe la minucia
por una historia de hadas
un libro para soñar las niñas.
Ese destello que me hace sentir el metal,
y se cierra la puerta.
Su sombra ya es olvido de un rellano,
y yo, sola en soliloquio, terciando un castigo,
sintiendo que este corazón palpita manso
y me secuestran las escuelas furtivas,
y ese rostro se me clava ausente,
no es por él que siento esta condena,
pero es de remembranza,
su maxilar caduco, es la frecuencia del mundo,
un garúa traicionera que cala en vísceras
y rompe las terapias del gran muro,
piedras de mampostería que se zarandean.
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