una inofensiva cadencia,
sugestionaba al hombre
tras el acantilado de sus ojos,
eran arrecifes,
que llevaban tanto amor a la deriva,
¡Que bizarro era el corsario que se osara!
La citaban por el nombre del abismo,
el cabo verde de averno.
Una profundidad insondable
de psicotrópico espejismo, un hado,
y una desmedida providencia,
sus labios.
Nadie regresaba de sus párpados silentes,
sus lágrimas los embebía en quimeras,
todo falacias, leyendas de barra,
y sitiada siempre en esa mesa
de inexorable apariencia,
una sombra,
un suspiro, una mirada equivocada,
esquiva,
tomando café, fumando su esencia,
esperando consumir su aguardo.
Muy muy hermoso. Muchos besos
ResponderEliminarEs lo más cálido y entretejido que pude haber leído desde hace días, de hecho por un momento, creí que estaba leyendo un epitafio cromático transformándose en hecatombe sideral: afuera del eco están los párpados cósmicos.
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