Extática remembranza me adereza
sobre un firme quebradizo del desierto.
Mis pies lagarto me asisten,
mi atavío negro asido al viento y a mi vientre
me ciñe en misticismo gnóstico.
Un cielo, un suelo,
un horizonte sin descendencia
que invita a ingresarme
en busca de una alucinación deshidratada,
me engulle, sabe que tengo dos piernas,
dos manos y un corazón oculto,
torrente verde que apacigua
las emulsiones lodosas del malherido solitario,
no le negaré la virtud fecunda del camino
de contraerse y expandirse en su memoria,
de idolatrarme en su reserva,
de ser la cláusula voluntaria del amarillo,
la fusión de los primarios
y el despertar del nido,
un amasijo de espino
que no alcanza desgarrarme,
en paradoja, solo quiere redimirme.
La sed asga mi garganta,
un espejismo blandido surte la fuente amalgama.
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